En
el primer número de este año de El Escéptico Digital de ARP me encontré dentro del «dossier de prensa» con la sorpresa de una entrevista a
Desmond Morris, el etólogo autor de El mono desnudo (1967). Morris es famoso por sus
estudios sobre la biología del arte (para mí, con diferencia, lo más interesante que he leído de él) y popularizar en sus libros una visión evolucionista del ser humano, aunque también por ser propenso a entrometer sus opiniones y prejuicios entre auténticas teorías científicas.
La entrevista que reproduce el boletín de ARP es con motivo del último libro de Morris,
El hombre desnudo, y en ella se explaya con sus habituales afirmaciones pseudocientíficas, de las que ya no sabe uno si pensar si son mera provocación publicitaria.
Ya que conozco dentro de ARP a varios detractores de Morris, la sociobiología y la etología-pop (tras los sistemas operativos y el sexo de los ángeles, son algunos de los temas que provocan discusiones más largas en su lista de correo, en alguna de las cuales cayeron precisamente algunos de mis errores al respecto), esperé por si alguien lo comentaba en blogs o posteriores boletines. En el siguiente hubiese sido muy oportuno al ser un número especial dedicado a Darwin y la evolución. Visto que no surgen críticas y aunque la biología no es lo mío (nada es lo mío), yo mismo voy a comentar, desde mis limitaciones, algunos fragmentos del texto.
Sexismo
«Ha habido una especialización muy considerable de las funciones del varón y de la hembra», explica. «Los hombres se volvieron más atléticos y se dedicaron a la caza; las mujeres se encargaban de todo lo demás. Ellas eran multitarea, por emplear una expresión que se ha hecho muy popular, y se encontraban en el centro de la sociedad. No es una cuestión de superioridad e inferioridad, sino una cuestión de diferencias, y esas diferencias son absolutamente reales». Los hombres eran prescindibles; las mujeres, debido a su función reproductiva, no lo eran. «No se podían permitir la pérdida de una mujer», añade, «porque eran muy valiosas, de ahí que los hombres se especializaran en la caza». Durante toda la Prehistoria, esta separación de papeles funcionó estupendamente, destaca Morris; una unión perfecta diseñada para sacar adelante a las crías jóvenes y perpetuar la especie.
«Durante un millón de años», explica Morris, «las mujeres estuvieron en el centro de la sociedad y los hombres, en la periferia. [...] La desgracia que han tenido las mujeres es que, al cabo de un cierto tiempo, los cazaderos pasaron a ser los centros de las ciudades y por ello, en lugar de seguir en la periferia, los hombres empezaron a acudir al centro de las ciudades a hacerse cargo de la situación. Las ciudades eran los cazaderos, aunque ahora esto de la caza sea algo metafórico. La urbanización ha favorecido al varón».
Morris sacó aquí su bola de cristal. Se pueden inferir facetas de una cultura prehistórica si dejan algunos rastros, como las herramientas, el arte, las evidencias funerarias y más cosas que supongo que ni imagino; pero los investigadores no pueden conocer, al grado que pretende Morris, el comportamiento de un grupo humano en un pasado tan lejano, por lo que sus afirmaciones sobre cómo se organizaban estas sociedades parecen pura especulación. Además, en las culturas humanas que en la actualidad podemos observar en estado «natural», como algunas tribus que permanecen más o menos salvajes, no parece que predomine la organización social femenina que confirmaría sus ideas. Morris no se molesta demasiado en contrastar en lo posible sus teorías con la realidad, más bien parece sustituirla por su propia reconstrucción ideal del pasado del ser humano.
[...] La parte positiva es que Morris piensa que las mujeres deberían gobernarlo prácticamente todo. «Mucho mejor nos iría», afirma, «si las mujeres se hicieran cargo de la gran mayoría de las organizaciones. Si las mujeres dirigieran el mundo político en lugar de los hombres, por ejemplo. Yo no creo que los hombres estén hechos o sean más apropiados para la política. Las mujeres lo están mucho más porque son más prudentes por motivos genéticos y no van a cometer equivocaciones estúpidas».
De nuevo, en vez de partir de hechos para extraer una conclusión, Morris busca las razones que refuercen su teoría e ignora los datos en contra. Y yo diría que estos «datos» pueden tener incluso nombre propio: Golda Meir, Margaret Thatcher, Condoleeza Reece, Esperanza Aguirre... (Risas).
El tópico de la bondad y competencia de la mujer para gobernar está muy extendido en estos tiempos en los que decir estas cosas lo hacen a uno popular, por lo que no es la primera vez que le opongo estas excepciones. Lo normal es que se me responda poniendo un parche: estas mujeres estarían influenciadas por el mundo masculino (el malo), por lo que no representan al femenino (el bueno). Vamos, que las evidencias en contra no cuentan porque no son auténticas mujeres. ¿O eran
verdaderas escocesas? Esta falacia es un autoengaño frecuente con el que muchos mantienen cómodamente sus creencias.
La parte negativa, desde las posiciones feministas, es que Morris cree que «los hombres, debido a su predisposición natural al riesgo, serán siempre mejores inventores y artistas; por cada gran artista femenina, hay 100 varones. Hay más varones geniales que mujeres geniales», prosigue con su diagnóstico, «y más varones idiotas que mujeres idiotas. Si eres una hembra humana, no te puedes permitir el lujo de asumir riesgos y no te puedes permitir ser una tonta de capirote; tienes que moverte entre esos dos extremos».
Me pregunto cómo distingue Morris la genialidad. Y si, una vez fijada una definición, ha contado los genios de la humanidad para poder hacer esta afirmación. Incluso si lo hubiera hecho y las cifras le dieran la razón, ¿cómo sabría si la causa es una diferencia en la inteligencia y no, por ejemplo, las desigualdades históricas en el acceso a la educación? Es el mismo caso que el de quien afirma que los negros son más propensos a la delincuencia que los blancos; pero sin tener en cuenta los estratos sociales en los que viven ambos grupos. En un asunto con tantos aspectos que tener en cuenta, no es posible emitir con seguridad un juicio tan simplificado como el suyo, que parece solo basado en impresiones personales.
La verdad es que su imagen de la humanidad tiene un lado caricaturesco. Me hace imaginar un mundo de burócratas aburridas y eternamente preñadas, con moño y gafas, rodeadas de musculosos fanfarrones mitad lelos, mitad ingeniosos, que se pasan el día haciendo caballitos con sus Harley Davidson.
Peras y manzanas
«[...] una característica clave de nuestra historia evolutiva ha sido la prolongación de la infancia y el aplazamiento de la reproducción. Uno de los efectos sociales de estos fenómenos ha sido que, durante 10 años, entre los cuatro y los 14 años de edad, aproximadamente, los niños y las niñas tienden a jugar en grupo sólo con los de su sexo y a no relacionarse con los del otro. En la pubertad, los sexos, empujados por la necesidad de reproducirse, empiezan a relacionarse pero, por razones fundamentalmente de tipo social, una proporción pequeña de hombres y de mujeres siguen prefiriendo a los de su propio sexo.»
Mi primera objeción a esto es que muchos heterosexuales continúan jugando entre sí cuando son adultos. Los hombres, incluso, a cosas consideradas «de machotes». Por otra parte, puede que Morris se haya educado en colegios ingleses no mixtos; pero la separación de sexos en la infancia no es una norma en el ser humano. Que yo sepa, existen «cachorros del mono desnudo» de ambos sexos que conviven, juegan y son muy amigos durante sus infancias. Basta con observar tu barrio para comprobarlo. Y, con seguridad, existen personas homosexuales que no crecieron en las condiciones que señala Morris, como quienes hayan tenido infancias solitarias o los que hayan crecido rodeados únicamente de personas del sexo opuesto, ¿cómo se explicarían estos casos?
Los homosexuales masculinos, sostiene Morris, «representan el caso extremo del carácter juguetón y tienen mayores probabilidades de ser más creativos que la media de los hombres». Uno de los rasgos clave de los seres humanos, según la teoría general de Morris, es que, a diferencia de otras especies, nosotros nunca perdemos la curiosidad y la capacidad de inventiva de nuestra juventud. Según él, «los homosexuales manifiestan ese síndrome de Peter Pan en grado extremo, lo que les otorga una inteligencia, una inventiva y una creatividad por encima de la media».
En esta explicación en la que «por razones fundamentalmente de tipo social» algunos seres humanos no comparten el crecimiento de sus congéneres,
la homosexualidad se describe como un desarrollo truncado por razones ambientales. O sea, es una normalidad no alcanzada, una aberración del comportamiento.
Aunque Morris conceda al final a los homosexuales «una inteligencia, una inventiva y una creatividad por encima de la media» (lo que a mí me suena a tópico
gay), la explicación esconde un prejuicio ya conocido del inglés: considerar anormal la homosexualidad. Probablemente, esto le viene de lejos, quizás la observó por primera vez en animales en cautividad y nunca ha dejado de considerarla una consecuencia de ambientes antinaturales. En su libro de 1964,
Reacción de los animales a un medio restringido, se puede leer: «Otro ejemplo de anormalidad sexual irreversible concierne a un orangután. Este simio, un macho joven, estaba enjaulado con otro macho joven y pasaban mucho tiempo jugando juntos. Esto incluía algo de juego sexual, y el coito anal fue observado en numerosas ocasiones.»
2 Esta descripción es demasiado parecida a su explicación actual: ambiente social forzado, jóvenes jugando a los médicos...
Lo malo de esta idea es que se da de bruces con la realidad del reino animal, en el que los comportamientos no heterosexuales son comunes y se vive ignorando olímpicamente lo que en nuestra cultura consideremos desviaciones. Los que, como Desmond Morris, no quieren darse por enterados de esto, en vez de describir con neutralidad las innumerables muestras de estas conductas que existen en la naturaleza, se dedican absurdamente a juzgarla y a escribir trabajos científicamente defectuosos, algunos desde el título, como
Perversión sexual en las abejas macho o Conducta sexual aberrante en la avestruz sudafricana. Es en realidad exactamente igual a aquel genial chiste del Perich que pone en evidencia la inamovilidad del prejuicio. Algo así: «La homosexualidad es antinatural: no existen animales que la practiquen. Excepto los animales maricones, claro.»
Considerar la homosexualidad un comportamiento aberrante viene de la creencia en que el sexo solo es «correcto» cuando está destinado a la reproducción, ya que para otra cosa «no sirve para nada a la especie». Pero es un error pensar que en la naturaleza todo tiene que «valer» para algo, como lo es pensar que una característica animal debe tener una función clara y única. El sexo es una conducta muy compleja; aunque pueda servir a la especie para la reproducción, a nosotros, los individuos, también nos puede dar simplemente gustito o hacernos coger cariño al personal. Por ejemplo, el sexo por placer –homosexual o heterosexual– puede hacer que algunos seres vivos formen y mantengan vínculos que propicien la cooperación dentro de su grupo, fortaleciéndolo. Esto sería un tipo de sexo no encaminado a la reproducción que también favorecería ante la selección natural a los que lo practican.
A veces, es ingenuo esperar de la naturaleza que disponga las cosas para que a nosotros nos parezcan ordenadas en «blancas» y «negras». Existen muchas que pueden resultarnos embarulladamente grises; pero no hay en realidad motivos para que cambien mientras «vayan tirando», que es lo que llamamos supervivencia. Al parecer, los humanos hemos tenido bastante éxito con una sexualidad gris: somos monógamos celosos, pero también promiscuos; existen heterosexuales, pero también homosexuales y bisexuales...
La diversidad dentro de una especie es muchas veces una ventaja en sí misma, no hay por qué clasificar las diferencias naturales entre nosotros en «rareza» y «normalidad». Y cuando dejamos de considerar la homosexualidad una conducta desviada, desaparecen teorías rebuscadas para justificarla, como la de Morris, y Occam sonríe al ver satisfecho su
principio de economía de pensamiento.
Basta con hacer una búsqueda en
Google con las claves «Desmond Morris» más «homosexualidad» para descubrir, por ejemplo, que se usa la autoridad del inglés para respaldar tópicos
homófobos (y yo que había jurado no usar nunca este «palabro»). Por eso creo que, dada su influencia, es inadecuado citarlo sin crítica en una publicación escéptica. Ignoro los criterios de selección que en
El escéptico digital siguen para su «dossier de prensa». Quizás no exigen en él tanto rigor como en los artículos originales, cuando los hay, y es un apartado en el que permiten simples curiosidades; pero, si es así, no está explícito, por lo que mi impresión desde fuera es que se está brindando la credibilidad de un boletín escéptico a una entrevista plagada de afirmaciones pseudocientíficas, más cuando en su página oficial figura bajo el epígrafe «antropología». Quizás en
El Escéptico Digital quieran incluir este comentario mío en un número futuro de su boletín.
1 Agradezco la supervisión del contenido a Oswaldo Palenzuela Ruiz (Biólogo).
2 Desmond Morris, 1964, en The Response of Animals to a Restricted Environment, traducido de una cita en Biological exuberance, de Bruce Bagemihl.
* * *
Actualización: tuve la oportunidad de preguntar por chat al paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga sobre este tema. Su tajante respuesta, en la entrada de este blog titulada
En el chat con Juan Luis Arsuaga
También otros han escrito sobre tema:
-
La homosexualidad en El mono desnudo
-
Una infancia prolongada
-
Por qué hay hombres gay
Etiquetas: ciencia, escepticismo, recortes de prensa
7 comentario/s (feed de esta discusión):
Saludos:
Soy un comentarista novato en tu bitácora y espero ser breve:
Lo que me parece aún más sorprendente de la cita de Galdós es que haya en el presente empresas gigantescas gastando tanta plata en semejantes inanidades.
Saludos, me agrada mucho tu sitio.
Supongo que estas cosas dan dinero, lo que me parece también muy sorprendente.
"No tengo hambre. Voy a tomarme un café".
Juro por el Monstruo de Espagueti Volador que le vi a una twitera ese mensaje o como quiera que se llamen las anotaciones que hacen en Twitter. Puedo comprender, siendo generoso, que alguien esté lo bastante loco por la twitera como para interesarse a cada momento por si tiene hambre o deja de tenerla. Lo que me parece increíble es que la twitera se considere tan importante como para suponer que el resto del mundo desea saber si tiene hambre en determinado momento.
Me la imagino: "Oh, no tengo hambre. El mundo debe ser consciente de esta calamidad inmediatamente, antes de que sea demasiado tarde. ¡Lo pondré en mi twitter y habré salvado a la humanidad!"
Yo flipo. (Conste que soy consciente de mi propia egolatría, pero, coño, yo no la disimulo, y dicho sea de paso: los escépticos me tocáis las narices por vuestra contumaz negación de mi deidad. ¡Soy el único y genuino Dios!)
No teneis ni idea. Voy a iluminaros con mi mejor "twitt" (jua):
"Tengo pis... http://twitter.com/edans/statuses/406568832"
Por supuesto, es necesario seguir el enlace para comprender mi perla de sabiduría X-)
Saludetes. Lola.
12:25- Contesto comentarios de Lola y Leónidas en mi blog mientras me rasco una oreja que me pica.
(Leónidas, ahora me explico ese ligero avance del contador de mi God Detector. Es tu presencia.)
Hola, por aquí ando.
La verdad es que esto del Twitter no lo acabo de entender. De hecho no veo en un Twitter otra cosa que un blog de entradas cortas.
Por otro lado no sé hasta que punto puedo sentirme aludido por el tema de la entrada. A fín de cuentas "MEO QUIDEM ANIMO" se acabó convirtiendo en un escaparate de mis miserias y no aporta nada a la humanidad que sea útil o que yo, al menos, consdere útil para los demás. Digamos que para mí solo sirve para contar cosas que necesito contar y no sé a quién. Asi que no veo diferencia alguna entre un twitero y el Inconformista.
En cualquier caso, Leonidas, serás todo lo dios que te venga en gana, pero seguiré rezando a Crom, te guste que no.
Todo depende de qué sea el motor de la escritura, Inconformista. El tuyo no suele ser la vanidad.
Publicar un comentario
<< Portada