09 febrero, 2015

Esas partes de mi antiguo yo condenadas a muerte

Y ese miedo a un porvenir en que ya no nos sea dado ver y hablar a los seres queridos, cuyo trato constituye hoy nuestra más íntima alegría, aún se aumenta en vez de disiparse, cuando pensamos que al dolor de tal privación vendrá a añadirse otra cosa que actualmente nos parece más terrible todavía: y es que no la sentiremos como tal dolor, que nos dejará indiferentes; porque entonces nuestro yo habrá cambiado y echaremos de menos en nuestro contorno no sólo el encanto de nuestros padres, de nuestra amada, de nuestros amigos, sino también el afecto que les teníamos; y ese afecto, que hoy en día constituye parte importantísima de nuestro corazón, se desarraigará tan perfectamente que podremos recrearnos con una vida que ahora sólo al imaginarla nos horroriza; será, pues, una verdadera muerte de nosotros mismos, muerte tras la que vendrá una resurrección, pero ya de un ser diferente y que no puede inspirar cariño a esas partes de mi antiguo yo condenadas a muerte.

Marcel Proust, A la sombra de las muchachas en flor (traducción de Soledad y Jaime Salinas).
Y el temor a un futuro en el que se nos privará de ver a quienes amamos y con ellos conversar, cosa a la que debemos en el presente nuestro gozo más caro, en lugar de disiparse, aumenta, si pensamos que al dolor de semejante privación se sumará lo que actualmente nos parece más cruel aún: no sentirlo como un dolor, permanecer indiferente a él, pues entonces nuestro yo habría cambiado: ya no sería sólo el encanto de nuestros padres, nuestra amante, nuestros amigos, el que habría dejado de rodearnos; nuestro afecto por ellos habría resultado tan perfectamente arrancado de nuestro corazón, del que hoy es una parte notable, que podríamos sentir complacencia en esa vida separada de ellos, que sólo de pensarla nos horroriza en el presente; sería, pues, una verdadera muerte de nosotros mismos, seguida -cierto es- de resurrección, pero en un yo diferente y hasta cuyo amor no pueden elevarse las partes del antiguo yo condenadas a morir.

Marcel Proust, A la sombra de las muchachas en flor (traducción de Carlos Manzano).
No sé cuál es más fiel; pero, cada vez que comparo párrafos, me quedo con la traducción de los Salinas.

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