Un libro escéptico para niños
Yo tenía un libro (lo guardo entre otro tesoros de la infancia) que, durante un tiempo, fue para mí como el manual secreto de un hechicero. En realidad, eran los tres tomos de una trilogía que yo mismo encuaderné en un solo volumen cuando terminé la colección. Me los fueron regalando en mis cumpleaños, así que, cuando conseguí el último libro, los dos primeros tenían las cubiertas muy rotas y desgastadas de releerlos, por lo que decidí usar la cubierta del último para encuadernar los tres juntos, unificando la obra y el aspecto. El primer volumen estaba dedicado a los monstruos, el segundo a los fantasmas y el último a las fuerzas misteriosas. Eran una completísima introducción al folclore esotérico: platillos volantes, espíritus, percepción extrasensorial y demás supuestos fenómenos extraños.
Paradójicamente, aunque aquel libro tenía un punto de vista acrítico que partía de la autenticidad de todos los misterios, acabó originando mi escepticismo sobre lo sobrenatural. Creo que la primera razón fue que, al superar el efecto de veracidad documental que me causó ver todo aquello impreso, empezó a pesar demasiado la sensación de que al buscar estos fenómenos inexplicables siempre se escurrían entre los dedos. Mi mente de niño empezó a reconocer en todos ellos un aplazamiento de las pruebas muy fastidioso que me fue conduciendo a la incredulidad. Me parecían cada vez más como tantas leyendas que solo existen mientras pasan de boca en boca.
El libro tenía, además, un fallo importante como propaganda de misterios, y es que invitaba a la comprobación. Me ofrecía nada menos que ver con mis propios ojos algunas de aquellas cosas asombrosas, por lo que busqué vivir alguna. Dentro de mis inquietudes infantiles, así como jugué con tantos experimentos científicos accesibles a los niños, intenté comprobar un montón de estas cosas raras.
Construí pirámides egipcias a escala, para ver si podían afilar cuchillas y conservar los alimentos frescos. Me hice distintos tipos de varillas de zahorí y péndulos, para ver si podía adivinar la ubicación de objetos y materiales. Mediante cartas Zener, intenté encontrar mis habilidades extrasensoriales y las de algunas personas conocidas que creían ser dotadas. Planté varias habichuelas, para ver si las que aterrorizaba con pensamientos malvados crecían menos que las que dejaba en paz u otras a las que mimaba con cariño. Cuando actuó en la televisión Uri Geller, el más famoso psíquico del mundo (del que había oído hablar incluso fuera del libro), esperé con un reloj y una cucharilla a que ocurriera algo asombroso, como aseguró que sucedería al público del programa. También probé, bastante asustado, a registrar voces de espíritus en un magnetófono y a hablar con ellos mediante la ouija. Incluso puse a prueba alguna leyenda urbana, como aquella en la que, a la luz de unas velas, se invoca a un demonio ante un espejo a medianoche. Nunca pasó nada. Aunque creía en ello y tenía verdaderas ganas de encontrarlo, no hubo siquiera un resultado dudoso que pudiera hacer pensar en algo raro.
En cambio, con mi transformador de corriente siempre lograba realizar circuitos eléctricos o deshacer monedas mediante electrólisis; las limaduras de hierro mostraban obedientes el campo magnético de mis imanes; mi pequeño microscopio siempre me permitió ver todo tipo de cosas interesantes; los molinillos de papel que ponía en las estufas siempre giraron con el aire ascendente; para desgracia de las hormigas, mi lupa nunca falló al concentrar la luz del sol en un punto ardiente; mis bolígrafos atrajeron sin excepciones pequeños papeles al frotarlos; mis caleidoscopios y periscopios artesanales nunca se negaron a trabajar; y cada vez que quise construir un electroimán o un simple planeador de papel, funcionaron.
Los juegos científicos ofrecían un contraste absoluto con todas aquellas materias esotéricas de las que, incluso en las que me aseguraban el éxito, solo obtenía fracasos. Aunque no tuve ninguna guía que me ayudase a organizar aquella información para sacar la conclusión evidente de mis experiencias, aquello empezó intuitivamente a olerme mal (especialmente, las pirámides).
Recuerdo que el golpe de gracia para mi credulidad fue ver, nada menos que en un telediario de la primera cadena, la noticia del aterrizaje de un ovni y sus tripulantes, creo que en la U.R.S.S. Si aquello salía en el telediario, no podía ser falso. "¡Por fin la prueba de que nos visitan los extraterrestres!" Sin embargo, al poco, el mismo telediario aplazó con mucho menos entusiasmo la historia, que dejaron... a la espera de confirmación. Otra vez más, nunca llegaron más pruebas que cuentos de campamento y unos dibujos ridículos. "¡Bah, esto es todo igual!"
Sin llegar a convertirme en un incrédulo, para lo que supongo que habría necesitado una autoridad crítica como la que imponía aquel libro esotérico, perdí el interés por aquellos temas. Pasaron los años y, cuando ya me afeitaba, llegué a través de una reseña de la revista Muy interesante a los Fraudes paranormales de James Randi, y las dudas y desinformación que me quedaban se convirtieron en seguridad escéptica.
Creo que de niño hubiera agradecido muchísimo un libro crítico con todas aquellas cuestiones que acabaron decepcionándome tanto, algo que supongo una de las causas de mi interés adulto en el escepticismo. Esto es precisamente lo que ofrece Ediciones Oniro dentro de su colección "El juego de la ciencia", un libro escéptico para niños: Cómo indagar los misterios: ¿existen los fenómenos paranormales?
El autor del libro es Silvano Fuso, doctor en investigación química y socio del grupo escéptico italiano CICAP. Está prologado por Piero Angela, un divulgador científico muy conocido en Italia y también socio de CICAP. Ambos datos dan de entrada una gran confianza en el contenido.
Es un libro corto y de bolsillo, 96 paginas ilustradas que leí para esta reseña en poco más de una hora. Su brevedad es una buena cualidad, dada su intención didáctica para un público infantil. Sin embargo, puede ser a veces poco adecuado para la edad a la que se supone que va dirigido por la complejidad y los tecnicismos de algunos pasajes. No sé cuántos niños pueden entender por ejemplo, sin ningún tipo de explicación del concepto, qué significa el término falsable (por experiencia sé que hay adultos cultos que no llegan a entenderlo nunca). Precisamente en esta palabra notamos un fallo de traducción, ya que cuando aparece es como *falsificable. Si el mundo editorial fuera perfecto, las traducciones serían revisadas por un corrector profesional, y textos como este por correctores escépticos como el que escribe estas líneas (a la izquierda tienen mi correo, señores).
El libro comienza con un cuestionario que, en mi opinión, requiere un nivel de información demasiado alto, como si el escritor no hubiese reparado en que la propia lectura no la ha aportado todavía. Aunque todos hayamos oído hablar de platillos volantes o del yeti, hay temas esotéricos poco conocidos, por lo que es un test complejo para no iniciados. Puede ser una evaluación estimulante del antes y el después de nuestra credulidad tras leer el libro; pero se podría rebajar el nivel o colocarlo al final. De todas maneras, basta con saltárselo, algo para lo que los niños no tienen complejos. También es una pena que en el apéndice, en el que se presentan asociaciones escépticas al lector que quiere seguir satisfaciendo su curiosidad, no se haya hecho una nota para mencionar las que existen en España (como Círculo Escéptico), ya que solo se mencionan la norteamericana CSI (antes CSICOP) y el CICAP italiano.
A pesar de estos puntos que alejan al divulgador de su público, el libro es perfectamente accesible a los niños y el tema tan interesante que estoy seguro de que será una lectura muy amena y de la que aprenderán mucho, aunque tengan que hacer un par de preguntas a los padres si quieren asimilar hasta la última coma. Hay episodios magníficamente tratados y a los que no hay casi nada que añadir, como el dedicado al horóscopo. Es una lástima que no disponga de más páginas para extenderse en la explicación racional de todos los casos, que a veces resulta superficial o sabe a poco. Lo que es seguro es que, tras recorrer los episodios sobre el zodíaco, los espíritus, los platillos volantes, la percepción extrasensorial o los poderes humanos insólitos, la idea de que en estos asuntos no hay nada realmente extraordinario queda totalmente clara.
Y hablando de platillos volantes, en la colección existe otro horrible volumen, dedicado a los ovnis, con el que conviene no confundirse, ya que es pseudocientífico, desinformado y nada recomendable: Cómo reconocer a los extraterrestres: ¿existe vida inteligente en otros planetas? Incluso si fuera bueno, ni siquiera haría mucha falta, el que estamos tratando tiene un capítulo de calidad suficiente sobre el tema.
En resumen, Cómo indagar los misterios: ¿existen los fenómenos paranormales? es un libro correcto, muy necesario y bien planteado como divulgación, por dirigirse a unas edades en las que se despiertan estas curiosidades. Debería estar en colegios y bibliotecas, como una vacuna cultural contra esos charlatanes siempre boyantes y sus misterios artificiales. Yo se lo regalé a mis primos en las últimas fiesta navideñas. Ojalá también yo lo hubiera tenido de pequeño, aunque quizá no habría estado tan entretenido.
Etiquetas: ciencia, escepticismo, literatura
3 comentario/s (feed de esta discusión):
Pues sí que me parece un regalo excelente para chavales. Será cuestión de tenerlo en cuenta si me veo en el caso.
Ojalá cuando tenía diez o doce años me hubieran ragalado un libro como el que reseñas, ojalá se lo regalaran a todos los niños. Estoy seguro de que aunque la mayoría no lo aprovecharían por simple indolencia, otros encontrarían las respuestas que andan buscando. Y probablemente el mundo sería un pelín mejor.
Respecto a Fraudes Paranormales, yo descubrí el libro de Randi siendo ya mayorcete. Tenía veintitrés años, lo recuerdo porque acababa de llegar a Cádiz mientras lo estaba leyendo. Lo descubrí por azar en una de esas ferias del libro, y aunque para entonces ya era bastante escéptico, para mí fue una experiencia apasionante leerlo, porque me di cuenta de que no era un bicho raro y no estaba tan solo como creía.
Bueno, podría contar mucho más sobre lo que ha supuesto para mí el dar con el escepticismo, pero tampoco es plan contar mi vida. Sí me gustaría dejar claro que, en lugar de privarme de apoyos morales, el escepticismo me los ha brindado.
Qué pena que el sistema educativo no dé más importancia (si es que le da alguna) al pensamiento crítico.
Una vez más, Gerardo, ¡gracias!
De nada, snif...
Podías contar tu vida, no pasaba nada y creo que sería interesante. Yo lo hice aquí con todo el morro. Como introducción a la reseña, está sobredimensionada un rato largo. Pero me apetecía.
Me apunto la sugerencia para cuando mi hija tenga dos o tres años más (está empezando a leer ahora). Tienes toda la razón en la primera frase de tu post: a mi también, de niño (y no tan niño) me seducían un montón estos asuntos "misteriosos". Ya menos niño, recuerdo haber leído bastantes artículos justamente en "Muy Interesante" (en sus primeros años) apoyando estos "misterios" (sí, sí, apoyando, en plan Iker Jiménez: "yo no digo que sí ni que no, pero mira, mira lo que pasa por ahí..."), que me hicieron tardar más de la cuenta en dar el salto al escepticismo (mi razón ya me inclinaba hacia él, pero todo a mi alrededor apoyaba más la credulidad que dicho escepticismo). Luego, con la edad y el conocimiento, el escepticismo se terminó implantando sólidamente en mi (huy, qué poético...). Pero creo que leer un libro como éste puede ahorrar bastante camino a mucha gente.
Estupendo blog, saludos.
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