10 enero, 2007

Charles Dickens y la combustión espontánea humana

Charles DickensLeamos un poquito de Charles Dickens, quien creía en la combustión espontánea humana (CEH) y contribuyó enormemente a la difusión del mito. La incluyó en la trama de su obra maestra Casa desolada y la defendió en su prólogo ante las críticas de un amigo que le salió escéptico. Por supuesto, no debemos juzgar al bueno de Dickens desde nuestros conocimientos actuales, ahora conocemos la explicación de un fenómeno tan curioso y raro, pero en su época era todo un misterio sin resolver.

Fragmento del prefacio a la segunda edición de Casa desolada

La posibilidad de la llamada Combustión Espontánea se viene negando desde que murió el señor Krook1, y mi buen amigo el señor Lewes2 (quien en seguida averiguó que se había equivocado, al suponer que las autoridades habían abandonado la cuestión) publicó algunas cartas ingeniosas (dirigidas a mí) cuando se publicó el relato de aquel acontecimiento, en las cuales aducía la total imposibilidad de que existiera la Combustión Espontánea. Huelga observar que no pretendo inducir a error a mis lectores por acción ni por omisión, y que antes de escribir lo que digo me preocupé de investigar el asunto. Hay constancia de unos 30 casos, el más famoso de los cuales, el de la Condesa Cornelia de Bandi Cesenate, lo investigó y describió con gran minuciosidad Giuseppe Bianchini, prebendado de Verona, persona distinguida en el mundo de las letras, que publicó un relato al respecto en 1731 en Verona y después lo reeditó en Roma. Las apariencias observadas en aquel caso fuera de toda duda racional son las mismas observadas en el caso del señor Krook. El caso más famoso después de aquél ocurrió en Rheims seis años antes, y en aquella ocasión el cronista fue Le Cat, uno de los médicos cirujanos de más renombre de Francia. El sujeto fue una mujer a cuyo marido la ignorancia lo condenó por asesinato, pero tras un recurso solemne a una instancia más alta, salió absuelto, pues se demostró en la prueba que la esposa había fallecido de la muerte a la que se da el nombre de Combustión Espontánea. No creo necesario añadir más de estos notables datos ni a la referencia general a las autoridades que se hallará en la página 78 del segundo volumen, las opiniones y las experiencias escritas de distinguidos catedráticos de Medicina, franceses, ingleses y escoceses, de tiempos más modernos, y me contento con observar que no rechazaré esos datos hasta que se haya producido una Combustión Espontánea de los testimonios que habitualmente sirven para demostrar los acontecimientos humanos.

En Casa desolada me he detenido adrede en el lado romántico de las cosas corrientes. Creo que nunca he tenido tantos lectores como en este libro. ¡Ojalá volvamos a encontrarnos!

Londres, agosto 1853


Fragmento del capítulo 32, "A la hora exacta", de Casa desolada

El señor Guppy, sentado en el alféizar de la ventana, asiente con la cabeza mientras sopesa mentalmente todas esas posibilidades y golpea, toca y mide el marco con la mano, hasta que la retira a toda prisa.
—¿Qué diablos es esto? —exclama—. ¡Mírame los dedos!
Los tiene manchados de un líquido espeso y amarillento, ofensivo al tacto y la vista y todavía más al olfato. Un líquido pegajoso y asqueroso, del cual emana algo instintivamente repulsivo que hace temblar a los dos amigos.
—¿Qué has estado haciendo aquí? ¡Qué has tirado por la ventana?
—¡Tirar yo por la ventana! ¡Nada, te lo juro! ¡No he tirado nada desde que llegué! —exclama el inquilino—. ¡Pero basta con mirar por aquí... o por allá! Cuando acerca la vela aquí, al rincón del alféizar, aquélla sigue goteando y dejando caer goterones entre los baldosines; en otras partes se acumula la cera en un charco nauseabundo.
—Esta casa es horrible —dice el Señor Guppy, cerrando la ventana—. Dame algo de agua, o me tendré que cortar la mano.
Tanto se lava, se frota, se rasca, se olfatea y se vuelve a lavar que no hace mucho rato desde que se ha restaurado con una copa de aguardiente y se ha plantado solemne ante la chimenea cuando la campana de San Pablo da las doce y todas las demás campanas dan las doce desde sus torres de diversas alturas en la noche tenebrosa y con sus múltiples tonos. Cuando todo vuelve a quedar en silencio, el inquilino dice:
—Ya es la hora de la cita. ¿Voy?
El señor Guppy asiente y le da un golpecito de buena suerte en la espalda; pero no con la mano que se acaba de lavar, aunque es la derecha.
Baja las escaleras y el señor Guppy trata de calmarse ante el fuego, en previsión de una larga espera. Pero no han pasado ni dos minutos cuando chirrían las escaleras y vuelve Tony corriendo.
—¿Ya las tienes?
—¡Tener qué! No. No está el viejo.
En el breve intervalo transcurrido se ha llevado tal susto que contagia su temor al otro, que se le echa encima y le pregunta en voz alta:
—¿Qué ha pasado?
—No logré que me oyera y abrí la puerta despacito para mirar. Y el olor a quemado viene de allí, y el hollín viene de allí, y el líquido viene de allí, ¡pero él no está allí —termina de decir Tony con un gemido.
El señor Guppy toma la vela. Bajan, más muertos que vivos, y apoyándose el uno en el otro, abren de un empujón la puerta de la trastienda. La gata está al lado de la puerta y enseña los dientes, pero no a ellos, sino a algo que hay en el suelo, frente a la chimenea. En la rejilla no quedan sino unas brasas, pero en la habitación flota un vapor sofocante y maloliente, y las paredes y el techo están recubiertos de una capa grasienta de color oscuro. Las sillas y la mesa, y la botella que suele haber encima de la mesa, están como de costumbre. Del respaldo de una de las sillas cuelgan la gorra de pelo y la levita del viejo.
—¡Mira! —exclama el inquilino señalando todo eso a la atención de su amigo con un dedo tembloroso—. Ya te lo dije. La última vez que lo vi se quitó la gorra, sacó el atado de cartas viejas, dejó la gorra en el respaldo de la silla, donde ya tenía la levita, porque se la había quitado antes de ir a correr las contraventanas, y cuando me fui estaba dándoles vueltas a las cartas, justo ahí donde está esa cosa negra tirada en el suelo.
¿Se habrá ahorcado en algún rincón? Miran por todas partes. No.
—¡Mira! —susurra Tony—. Al pie de esa misma silla hay un trocito de esa cuerda roja que se utiliza para atar las plumas. Era con lo que tenía atadas las cartas. Las había desatado con toda calma, mientras me hacía muecas y se reía de mí, antes de empezar a darles vueltas, y lo dejó caer ahí. Yo mismo lo vi caer.
—¿Qué le pasa a la gata? —pregunta el señor Guppy—. ¡Mírala!
—Debe de haberse vuelto loca, y no me extraña en esta casa endemoniada.
Avanzan lentamente, escudriñándolo todo. La gata sigue en el mismo sitio en que la encontraron, y sigue enseñándole los dientes a algo que hay en el suelo, delante de la chimenea y entre las dos sillas. ¿Qué es? Hay que levantar la palmatoria.
Hay un trocito del suelo que ha ardido, quedan las cenizas de unos papeles quemados; pero que no parecen tan frágiles como es habitual, pues parecen estar empapadas de algo, y aquí está eso: ¿se trata de los restos de un tronco quemado y roto de madera, lleno de cenizas blancas, o de algo de carbón? ¡Qué horror, es él! Es eso de lo que echamos a correr, de forma que se nos apaga la vela y salimos a trompicones a la calle; eso es todo lo que lo representa a él.
—¡Socorro, socorro, socorro! ¡Vengan aquí, por el amor del Cielo!
Vendrán muchos, pero nadie puede aportar socorro. El Lord Canciller de la plazoleta, fiel a su título hasta el final, ha muerto como mueren todos los Lords Cancilleres de todos los Tribunales, y todas las autoridades de todas las partes, se llamen como se llamen, en las que se actúa con falsedad y se cometen injusticias. Dad a la muerte el nombre que Vuestra Alteza quiera, atribuidla a quién queráis, o decid que hubiera podido impedirse de un modo u otro; pero seguirá siendo eternamente la misma muerte: congénita, innata, engendrada en los humores corruptos del propio cuerpo viciado, y nada más... La Combustión Espontánea, y ninguna otra de las muertes por las que se puede perecer.

* * *

1 El personaje alcohólico y corrupto de Casa desolada que muere incendiado.
2 George Henry Lewes (1817—1878), crítico literario y filósofo británico influido por el positivismo. En su juventud trabajó en la compañía de teatro aficionado de Dickens. Criticó públicamente, por razones científicas, la teoría de la combustión espontánea humana y la verosimilitud de esta parte de Casa desolada, a lo que Dickens respondió con este prefacio a la segunda edición.

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15 comentario/s (feed de esta discusión):
Anonymous Anónimo escribió:

Es 'Comte', con 'm' :)
Este era el fenómeno paranormal perfecto: "inexplicable" y macabro a partes iguales.

1/10/2007 05:14:00 p. m.  
Blogger Gerardo escribió:

Gracias, Psico, ya está corregido. Es un fallo del ebook de donde lo copié, aunque le pegué un repasillo, no lo vi.

Sí que era un misterio truculento, pero tenía un enorme inconveniente como misterio: al contrario que otros, existía, y por tanto se pudo investigar, y no solo "himbestigar".

Y, ya que estamos, para libros gratis como este: http://www.librodot.com/

1/10/2007 05:29:00 p. m.  
Anonymous Anónimo escribió:

Bueno, interesante, supongo que de todas las teorías hay partidarios y detractores. Yo todavía me sigo peleando con mi madre porque cree en la "generación espontánea", no en la "combustión espontánea", pero igual de anticientíficas ambas cosas.
Saludos,
Miri

1/10/2007 08:01:00 p. m.  
Blogger Alejandro Agostinelli escribió:

Justo ayer estaba leyendo en “Scienza e paranormale” –la revista del CICAP- un artìculo de Máximo Polidoro sobre SHC titulada “Chi gioca col fuoco…” (S&P Nro 69, sett-otobre 2006, pp. 20-24). George Henry Lewes dice que él acordaba con la opinión del químico alemán Justus von Liebig, quien escribió: “La opinión según la cual un hombre puede prenderse fuego solo no se basa en el conocimiento de las circunstancias de muerte si no, por el contrario, en la completa ignorancia de todas las causas y condiciones que precedieron al incidente que lo ha provocado”. Me llamó la atención otra cosa: Gerardo dice que George Henry Lewes era “publicista y periodista”. Después de revisar un par de biografías me parece más justo recordarlo como filósofo. Ver por ejemplo:
http://en.wikipedia.org/wiki/George_Henry_Lewes
Saludos y felicitaciones por el blog, que sigo puntualmente.
AleA

1/11/2007 02:25:00 p. m.  
Blogger Gerardo escribió:

Como ya dije, la nota no es mía, está copiada literalmente de la edición de Casa desolada que distribuyen en librodot.com. La entrada pretendía ser anecdótica y reconozco que apenas la revisé, ante los errores señalados, editaré esa nota, pero eliminaré ese "(N. del T.)", ya que ahora sí pasa a ser mía. Otra cosa copiada literal del original en el que está mal, y de la que nadie se ha dado cuenta, es que el prefacio tiene que ser, evidentemente, a la segunda edición, y no a la primera. Corrijo también un palabro como "prebendario", la puntuación, un par de gambadas en el uso de la raya y normalizo a favor del prefacio eliminando el leísmo en el CD.

Me alegra conocerte como lector silencioso, Alejandro, y también ver que tengo lectores atentos.

Saludos

1/11/2007 05:04:00 p. m.  
Anonymous Anónimo escribió:

Off topic:
Hablando de cosas paranormales... Hoy me he dado cuenta que esto de ser una escéptica es un asco. Una amiga ha venido a verme ilusionadísima porque un curandero la ha sanado de una hernia discal poniéndole bolas de barro en la espalda. Y a la chica no le dolía más, creía ciegamente en ello y era feliz. Lo que hace la mente, ¿eh?
Me dio rabia saber que el mismo tipo no me habría curado a mí, no sólo ya la ciática, sino una mísera resaca, sólo por no creer en estas cosas.
Ay, ay, ay, creo que me voy a tener que hacer supersticiosa. Voy a pensar que esta mandarina milagrosa que me estoy comiendo me curará la espalda. Lo pienso, lo pienso... Ajjjj, ¡ay! me acabo de atragantar. El que no vale, no vale.
Besitos,
Miriam

1/11/2007 06:30:00 p. m.  
Blogger Gerardo escribió:

Miri de los bosques, no tienes que hacerte supersticiosa para beneficiarte del efecto placebo. Tú no picarías con unas cataplasmas de alcaparras en salmuera; pero seguramente sí si alguien con credibilidad para ti te da una pastillita de sacarosa diciéndote que es un fármaco de nueva generación contra la resaca. Seguramente creerías notar sus beneficios y estar mejor.

La cuestión es hacer creer a la persona que estás tratándola con algo que funciona. Anda que no les daba yo friegas de alcohol, cuando era socorrista, a los niños llorones tras un coscorrón. Un poco de argumentación pseudocientífica y... mano de santo.

Una ciática... ya lo veo más difícil. Estas cosas solo funcionan con males subjetivos, transitorios, psicosomáticos o dolencias que en realidad se curen solas: dolor, migrañas, estados anímicos, estrés, etc.

1/11/2007 08:10:00 p. m.  
Anonymous Anónimo escribió:

Pues yo hoy he pasado por delante de un centro de acupuntura con un cartelazo que anunciaba que, entre otras muchas dolencias, trataban también la miopía y el astigmatismo. Y claro, me han aumentado 27 dioptrías en cada ojo del susto. ¿Lo ves como también la miopía es un mal subjetivo?

1/12/2007 01:33:00 p. m.  
Anonymous Anónimo escribió:

Jajaja, sí es cierto que si lo que me dan en lugar de una cataplasma se llama algo así como betameroprofeno quizás hasta me cure, jejeje. A cada uno le hace el efecto placebo algo diferene. Pero lo que te digo, que cuano más sugestionable es la gente más alegrías infundadas se llevan.
Bueo, pos eso,
Un besito,
Miri

1/12/2007 03:48:00 p. m.  
Blogger Gerardo escribió:

Mmmm... Pero a lo mejor también se llevan más disgustos infundados.

1/13/2007 05:18:00 a. m.  
Anonymous Anónimo escribió:

Pues sí que es verdad, Gerardo, tienes razón... tienes razón... supongo que una cosa les compensará a la otra. No sé.
Bueno, saludos,
Miri

1/13/2007 01:06:00 p. m.  
Anonymous Anónimo escribió:

Toc, toc... estamos esperando que nos vuelvas enseñar algo tan interesante o más que esta entrada... tic, tac, tic, tac... Jejeje.
Saludos,
Miri

1/16/2007 08:14:00 p. m.  
Blogger marmotilla escribió:

Mmmmh... Interesante... Siempre había leido sobre esto desde el punto de vista "paranormal". Y como soy algo escéptica, pensaba simplemente que era todo mentira...

"Estas cosas solo funcionan con males subjetivos, transitorios, psicosomáticos o dolencias que en realidad se curen solas: dolor, migrañas, estados anímicos, estrés, etc"
Me suena haber leído en algún sitio que, en realidad, también funciona con otro tipo de enfermedades. No recuerdo dónde, si encuentro algo ya te lo pasaré.

1/17/2007 01:19:00 a. m.  
Blogger Gerardo escribió:

Espero que te sirva lo que acabo de sacar, Miri. A mí me parece interesantísimo.

Marta, por lo que yo sé, está muy extendida la opinión de que el efecto placebo hace algo, pero en realidad no tiene ningún efecto más que el subjetivo: la gente cree estar mejor, pero no lo está. Que el fecto placebo no cura nada, vamos.

Saludos

1/17/2007 07:25:00 p. m.  
Anonymous Anónimo escribió:

Pues es interesante este tema porque es una posibilidad y segun la gente a ocurrido varias veces.Bueno la verdad es inexplicable porque ¿como es posible que no haya ningun testigo?, hay muchos casos de personas que mueren de esta forma pero nunca nadie ha estado con ellas cuando les pasa.
En fin me parece un buen tema de conversacion y es bueno saber de este tipo de cosas.

2/06/2007 11:50:00 p. m.  

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