Censores y censoras
Hace unos días envié a una publicación periódica una entrevista que me habían encargado. Para intentar amenizar algo un texto inevitablemente aburrido, le pregunté al entrevistado, un organizador novato de unas charlas didácticas, si tenía alguna anécdota provocada por su inexperiencia. Me contó algunas bastantes sosas, como que no les funcionó el proyector o que olvidaron poner vasos a los conferenciantes. No es para troncharse, precisamente. Lo más divertido que pudo contarme fue lo siguiente, que yo usé para terminar el diálogo:
Pues bien, excepto vosotros, nadie va a leer esto. Me han informado de que la publicación va a suprimir esta parte de la entrevista, ya que dicen que es sexista y, por lo visto, tienen que protegernos del escándalo. No solo censuran las palabras del entrevistado, algo para mí inadmisible, sino que han estropeado un cierre para el texto que evitaba la impresión plúmbea que deja ahora.
No es cierto, señores censores (sí, encima son señores), que la anécdota sea sexista. Es un imprevisto, simplemente sucedió y, por tanto, no puede tener intenciones. Los seres humanos tenemos genitales y a veces esto crea situaciones que pueden relatarse. Así es la vida. Sexista hubiese sido usar el episodio como excusa para hacer alguna observación machista o grosera, como afirmar que lo más interesante de las ponentes no fueron sus palabras, sino lo que tienen entre las piernas. Pero el entrevistado, un hombre agradable y sensible, que además trabaja sin conflictos entre una mayoría de mujeres, no hizo esto, sino que contó lo sucedido sin malicia ni mal gusto, como se puede leer en la cita de arriba. A mí ni se me pasó por la cabeza que semejante tontería pudiera herir la sensibilidad de un adulto en sus cabales. Claro que yo soñaba vivir en una zona bastante moderna del mundo, olvidaba otra vez que estoy en una sociedad de meapilas.
¿De verdad alguien piensa que quien cuenta algo así es un cavernícola y quizás incluso un guarro que acabe persiguiendo a sus compañeras de trabajo para practicar el pasatiempo del froteurismo? Para considerar censurable una anécdota tan inocente hay que estar tan enfermo como un puritano victoriano. O ser un cobarde asustado por el qué dirán. O peor, un hipócrita al que en realidad la anécdota le dé igual y hasta le haya parecido simpática.
Esto es lo que tenemos con el dichoso lenguaje políticamente correcto, frecuentemente en boca de intransigentes que pretenden dirigir la conducta y la lengua de los demás, como fanáticos religiosos que se creen en posesión de la verdad. Es como la neolengua de Orwell, que en 1984, de manera muy parecida a como se hace ahora, servía para manipular a las personas y su percepción de la realidad. A algunas verdades incómodas se les cambia el nombre (el máximo cinismo se alcanza con ejércitos y guerras, que aparecen asociados a la palabra paz). Los más fanáticos hasta pretenden intervenir en el diccionario, como hacía el Ministerio de la Verdad. Y muchos temas desaparecen de las conversaciones por autocensura, bajo la amenaza tácita de linchamiento social.
Es una lástima que no publiquen la entrevista íntegra, había pensado enviarles la siguiente nota enciclopédica por si alguien no entendía la anécdota:
Hubo errores de novato. El año pasado, fíjate qué tontería, no pusimos faldas en la mesa donde iban a estar todos los ponentes esperando. Entonces, claro, había compañeras que venían con minifalda... Un verdadero problema. Este año, te aseguro que eso lo hemos corregido. Tenemos unas faldas para tapar muy monas.
Pues bien, excepto vosotros, nadie va a leer esto. Me han informado de que la publicación va a suprimir esta parte de la entrevista, ya que dicen que es sexista y, por lo visto, tienen que protegernos del escándalo. No solo censuran las palabras del entrevistado, algo para mí inadmisible, sino que han estropeado un cierre para el texto que evitaba la impresión plúmbea que deja ahora.
No es cierto, señores censores (sí, encima son señores), que la anécdota sea sexista. Es un imprevisto, simplemente sucedió y, por tanto, no puede tener intenciones. Los seres humanos tenemos genitales y a veces esto crea situaciones que pueden relatarse. Así es la vida. Sexista hubiese sido usar el episodio como excusa para hacer alguna observación machista o grosera, como afirmar que lo más interesante de las ponentes no fueron sus palabras, sino lo que tienen entre las piernas. Pero el entrevistado, un hombre agradable y sensible, que además trabaja sin conflictos entre una mayoría de mujeres, no hizo esto, sino que contó lo sucedido sin malicia ni mal gusto, como se puede leer en la cita de arriba. A mí ni se me pasó por la cabeza que semejante tontería pudiera herir la sensibilidad de un adulto en sus cabales. Claro que yo soñaba vivir en una zona bastante moderna del mundo, olvidaba otra vez que estoy en una sociedad de meapilas.
¿De verdad alguien piensa que quien cuenta algo así es un cavernícola y quizás incluso un guarro que acabe persiguiendo a sus compañeras de trabajo para practicar el pasatiempo del froteurismo? Para considerar censurable una anécdota tan inocente hay que estar tan enfermo como un puritano victoriano. O ser un cobarde asustado por el qué dirán. O peor, un hipócrita al que en realidad la anécdota le dé igual y hasta le haya parecido simpática.
Esto es lo que tenemos con el dichoso lenguaje políticamente correcto, frecuentemente en boca de intransigentes que pretenden dirigir la conducta y la lengua de los demás, como fanáticos religiosos que se creen en posesión de la verdad. Es como la neolengua de Orwell, que en 1984, de manera muy parecida a como se hace ahora, servía para manipular a las personas y su percepción de la realidad. A algunas verdades incómodas se les cambia el nombre (el máximo cinismo se alcanza con ejércitos y guerras, que aparecen asociados a la palabra paz). Los más fanáticos hasta pretenden intervenir en el diccionario, como hacía el Ministerio de la Verdad. Y muchos temas desaparecen de las conversaciones por autocensura, bajo la amenaza tácita de linchamiento social.
Es una lástima que no publiquen la entrevista íntegra, había pensado enviarles la siguiente nota enciclopédica por si alguien no entendía la anécdota:
N. del E.: La gracia reside en que las ponentes tenían miedo de que se les viera el chumino.
Los chuminos han inspirado a grandes artistas.
Etiquetas: miembros y miembras, opinión
9 comentario/s (feed de esta discusión):
Fijaos en la idea peligrosa que tiene en la cabeza la tal Amparo Rubiales cuando, en el artículo que enlazo, La RAE y el lenguaje, dice algo como "¿Tiene derecho la RAE a denominar a las cosas de forma diferente de como lo hacen las leyes y la realidad española?". Qué miedo.
Es la primera vez que veo relacionadas la neolengua y la actual corrección política. Curioso o preocupante, no lo se bien aún.
¡Coño con la corrección política!
Ya, ya, Gerardo. Tu vas de corderito, pero lo que dices en la entrada es, en esencia, que la entrevista era un *coñazo* hasta la referencia sexual, que quizás no era tan buena pero, en contraste con el resto, era *cojonuda*. Si eso no es sexista, yo ya no sé...
Por cierto, el artículo de la tal Amparo es toda una genialidad: "Soy una absoluta ignorante en esta materia", y ahí ya se puede dejar de leer. La ignorante ésta (lo ha dicho ella, no yo) parece no comprender que quienes no usan el neutro en su día a día son cuatro gilipollas, no "la realidad social".
A mí hay varias cosas que me dan miedo de esa señora. Su ignorancia confesa es una, porque ya sabemos que no es un impedimento para acceder al poder; su pérdida de contacto con la realidad es otra, porque aparte de políticos y cuatro gatos, no hay una realidad española que hable así; y que se pregunte si tiene derecho la RAE a denominar a las cosas de forma diferente de como lo hacen las leyes es la que más me hace temblar. Ni con Franco se coartó la independencia de la RAE.
Por cierto, la verdad es que yo temía que la entrevista fuera un rollo de cojones (una carallada, como decimos aquí) y que la mandaran al carajo, pero al final el entrevistado era un tío de puta madre y la entrevista salió de coña.
Lo que realmente le molesta era que ningún hombre llevara minifalda! Reivindico el derecho de los hombres a llevar minifalda.
Hombre, José Luis, derecho a llevar minifalda ya tenemos (otra cosa es que queramos ejercerlo). Yo, a este paso, me temo que algún día lo de llevar minifalda sea más bien una obligación. Por eso de la igualdad y tal, un día todas las personas con pantalones, y al siguiente con minifalda, independientemente del sexo de cada cual. ¡Paridad en el vestuario YA! ¡Abajo los sexismos fascistas!
Es un derecho estupendo, pero no creo que mucha gente quisiera ver qué asoma. Estoy condicionado por mi sexo, pero soy de la opinión de que nuestra entrepierna no mola tanto como la de ellas.
No acabo de entender la nota del final. ¿Y las abejitas y las flores dónde van en este follón (o follona)?
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