Todavía no he acabado de asimilar que los ministros de trabajo europeos hayan aprobado una jornada de trabajo de hasta 65 horas semanales. Es una de esas noticias que me espabilan de cómo creo que es el mundo, ya que nunca hubiera imaginado que los políticos llegaran a atreverse a tanto, por lo menos en Europa. Me asombra que pretendan imponer semejante medida sin negociarla con los representantes de los trabajadores, unos sindicatos que, de todas maneras, están desprestigiados y no tienen nuestra confianza. Al parecer, los nuevos liberales han abandonado el ideal de la
Europa social y marchan tras los multimillonarios y el modelo económico de Estados Unidos, de los que muchos europeos queremos sentirnos, por el contrario, a distancia. No me extraña que, cuando se permitió a los involucrados expresarse en las urnas, hubiera tantos que rechazasen esta Europa y este camino.
Me desespera, además, aunque todavía falte que el parlamento apruebe la directiva, la indiferencia de tanta gente ante la noticia. Esta mansedumbre no es algo nuevo ni sorprendente. Por supuesto que hay trabajadores que no dudan en arrasar la ciudad por sus derechos, si hace falta; pero también hay una masa que trabaja por avaricia todas las horas extra posibles, legales o no, para comprar el último teléfono móvil, un equipo de música, un ordenador portátil, el coche con todos los accesorios, la consola de videojuegos y la dichosa tele de plasma (y esto, cuando ya están hipotecados). Buscan sin dudarlo
trabajar más para ganar más, como dice el lema electoral que ganó en Francia (
que les aprovechen allí sus nuevos horarios), y tratan con incomprensión y a menudo con desprecio a aquellos compañeros que prefieren disfrutar de tiempo libre.
Quizá los amos del cotarro saben desde hace tiempo que no necesitan dictaduras, estados policiales ni lavados de cerebro para tener a la población aborregada. Con un empujoncito de la publicidad, ella sola cambia con gusto su vida por la satisfacción egoísta y estúpida del consumismo. Y mientras, recorte a recorte, se interrumpe el avance en nuestros derechos, e incluso vamos perdiendo los conseguidos a lo largo de siglos de negociaciones y lucha en la que llegaron a morir personas.
No comprendo la percepción del carisma que tiene la mayoría de la gente. Continuamente compruebo que despiertan pasiones individuos desagradables, hasta de egocentrismo y chulería evidentes, que deberían ser rechazados como líderes al primer vistazo. Para mí, siempre ha sido un ejemplo extremo aquel cacique grasiento que era Jesús Gil, que todavía tiene miles de incondicionales. Da auténtica vergüenza ver que al frente de un país están tipos tan impropios como un mafiosillo operado con cirugía estética o un hortera que exhibe su ligue sacado de las pasarelas. Y esto sin pararse a juzgar su política, que es la que cabe esperar de esa clase de personalidades, no precisamente generosas, altruistas ni filantrópicas (por cierto, es, entre otras cosas, por la llegada de Sarkozy y Berlusconi, que
la medida europea perdió la oposición suficiente que la mantenía bloqueada). Es inexplicable qué hacen trabajadores votando a estos sujetos, cómo pueden perder así de vista lo importante y obcecarse con los problemas artificiales de la propaganda política.
Ahora quieren que trabajemos más horas. Quizá estaría dispuesto a sacrificarme, durante un tiempo, para ayudar a sacar de la depresión otro tipo de sistema del que me pudiera sentir orgulloso: uno mejor administrado, que, siendo sostenible, fuera capaz de mantener el bienestar social, el avance cultural, científico y tecnológico, que incluso permitiera trabajar menos (fuera de esta crisis hipotética). No creo que sea en absoluto una utopía. Pero, ¿65 horas para mantener un tipo de economía que, según los que entienden, se ha hundido de pura codicia?, ¿por la idea descerebrada de un progreso basado en tal crecimiento y despilfarro que ni el planeta es capaz de alimentarlo? Yo, desde luego, hace tiempo que me hice insumiso de todo eso: no me interesan nada los Mercedes o los iPhones; por mí, ojalá dejemos de desperdiciar recursos en esas memeces. Así que, tal como son las cosas, a trabajar lo justito. Y antes muerto que 65 horas.
Enlaces:
- Recogida de firmas contra la directiva europea
- ¿65 horas? Ni de coña, página que recoge información en contra de la directiva.
Etiquetas: opinión
1 comentario/s (feed de esta discusión):
Me lo apunto. Me gustan las normas, aunque sólo sea para tener la sensación de que las personas somos capaces de ponernos de acuerdo. Luego está lo de saltárselas, que también está muy bien. Esto último es lo que me ocurrió a mí cuando me interesé de veras por la literatura. Me di cuenta de que saltarse una norma también era una forma de expresarse, y que al final lo que importaba era transmitir y llegar al otro. Pero de cualquier manera, tener unas normas de referencia es necesario.
Por cierto, este blog lo he encontrado a través de la EDE, un sitio que siempre he considerado estupendo para conectar a gente interesada en la literatura. Si te apetece echar un ojo al blog que he comenzado yo este verano el link es este: http://tienesmipalabra.blogspot.com/
Seguimos leyéndonos.
Saludos,
Ricardo
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