24 septiembre, 2016

Acampada ultraligera: cómo preparar y cocinar comida deshidratada casera


La deshidratación es un método de conservación muy antiguo fácil de hacer con métodos caseros. Podemos deshidratar cosas al sol (en aquellos sitios donde pegue fuerte, que en España nos sobra) colgadas o en bandejas o en un secadero si pensamos que vale la pena fabricarlo. Hay miles de diseños en internet.


También hay deshidratadores comerciales, los más básicos muy baratos, que suelen ser más que suficiente para las cantidades anuales que necesita un campista. Yo uso uno de estos, adquirido en Amazon.

En caso de querer solo probar sin hacer inversiones, al horno solo tardaremos unas cinco horas, a fuego muy bajo (50-70 grados) y en una bandeja, no en la rejilla. Puede ser necesario dejar la puerta abierta.
       Antes de empezar el desecado, algunos vegetales se escaldan o «blanquean» primero, echándoles agua hirviendo durante un minuto y después fría; aunque este proceso no es imprescindible. Algunas cosas habrá que trocearlas para facilitar el proceso, otras serán suficientemente pequeñas, como las legumbres. Para reconstituirlas solo hay que meterlas en agua, excepto algunos con los que no se obtiene un buen resultado y se suelen comer secas, como las pasas o las grosellas. Las cosas pueden cambiar de color y ponerse «feas», pero es normal. Si algunos productos deshidratados comerciales tienen mejor aspecto es porque añaden aditivos como la vitamina C para que conserven una apariencia más agradable, nada más.
       ¿Qué podemos deshidratar con estos métodos? Tenemos excelentes resultados con muchos productos y, de hecho, muchos han pasado a tener la deshidratación como una manera popular de consumirlos: pensad en setas, tomates y muchas hierbas aromáticas. Casi todas las frutas sirven, normalmente debemos trocearlas a no ser que sean ya pequeñas. Son excelentes: manzanas, albaricoques, melocotones, uvas, grosellas, ciruelas, higos... Entre las hortalizas: guisantes, pimientos, judías, espárragos, maíz dulce, coles, calabacines, cebollas, ajos... Legumbres: habas blancas, habas pintas, garbanzos... Se pueden deshidratar platos ya preparados, como un potaje, o compotas, mermeladas y salsas: el truco está en extenderlos en una película sobre papel de horno, cuando se hayan secado tendremos una costra de rehidratación instantánea. Os sorprenderéis si probáis lo bien que quedan platos como una salsa boloñesa o una simple salsa de tomate.
       ¿Quieres información, recetas y consejos? El maestro es backpacking chef. Su libro, en inglés, es muy recomendable, aunque no dice nada que no esté en su web.
       Con estas cosas deshidratadas, podemos llevar en nuestra mochila mucha comida que se conserva durante meses, y que es sana, deliciosa y da muchas posibilidades para preparar platos muy sabrosos. Unas bolsas zip, unas pocas setas y cebollas deshidratadas, una cucharada de aceite, un pedazo de queso, un vasito de arroz... y con un peso y espacio mínimos obtenemos para dos personas un risotto de setas para chuparse los dedos. Las recetas son fáciles: el primer paso es deshidratar componentes por separado y con ellos componemos los platos: tres partes de judías verdes, una parte de patata, dos partes de salsa de tomate con chirizo: ya tenemos judías con chorizo deshidratadas.
       Con la comida deshidratada, además de las ventajas de conservación, el peso en la mochila se reduce al mínimo. La comida es una de las cosas que más peso añaden al equipaje. Solo hay que hidratar con el agua que consigamos por el camino. Combinemos lo deshidratado con frutos secos, embutidos (jamón, chorizo, cecina y hasta mojama...), legumbres, pasta, arroz, alguna lata de conserva... y el límite solo es la propia inventiva. Ahí fuera no hay por qué comer porquerías.

¿Cómo prepararlo en las acampadas?

Os presento un sistema popular en el mundo de la acampada ultraligera. La idea es cargar lo mínimo y rehidratar en el sitio. Al tener que hervir, ni siquiera hay por qué usar vuestra agua potabilizada.
       Explico en qué consiste: para la cacerola, se prepara uno mismo una cobertura aislante. Se hacen normalmente con protectores de parabrisas, procurando que tenga el plateado por los dos lados, y se pegan a poder ser con cinta adhesiva de aluminio. También hace falta un paravientos que, en este caso, he hecho con un molde para pollos asados y dos clips. Aquí este equipo haciendo un té en una escapada.


Se mete el preparado que hayamos hecho en la cacerola, se cubre de agua y se lleva a hervir (a veces se deja unos minutos hidratando antes de calentar, a veces se calienta todo directamente, dependiendo de lo complicada que sea la rehidratación, las carnes, por ejemplo, suelen necesitar remojo). En este momento, en vez de seguir gastando alcohol, se retira la cacerola del fuego sin destaparla y se introduce en el aislante. De esta manera, podemos apagar el hornillo y recuperar el alcohol sobrante (con la práctica, acabamos usando la cantidad justa de alcohol). El invento del aislante viene a ser una caja de heno tradicional, pero modernizada y ligera.


Con estas manera de proceder se ahorra muchísimo combustible. Contando desayunos (té y copos de avena, o sea dos usos del hornillo), comida y cena, yo he estado cinco días por ahí y no llegué a usar ni medio litro de alcohol de quemar.


Aquí podemos ver una comida ya esperando dentro de la funda. Podemos ver el hornillo extremadamente simple: el quemador de lata ya tapado para ahorrar alcohol, un trípode de alambre y el paravientos de aluminio.


Y en la fotografía superior, vemos el equipo plegado. Es fiable y ultraligero: no encontrarás ninguna marca comercial que ofrezca algo tan ligero y eficiente.
      El hornillo no tiene por qué ser muy sofisticado ni estar bien construido. En realidad, el simple culo de una lata ya sirve; será algo más lento, pero funcionará perfectamente.

Este modelo, que funciona él mismo como soporte, es el mejor que he probado: una simple lata de comida para gatos agujereada con un perforador de papel.

Lo más importante en este sistema para conservar alcohol son el paravientos y la funda aislante. El primero impide que el calor del hornillo se desaproveche y nos lo lleve el viento, además de calentar no solo a la base de la cacerola, sino los laterales del cazo. El segundo permite cocinar conservando el calor una vez llevado a hervor, y no manteniendo el fuego desperdiciando combustible.
       El aislante funciona muy bien. No se quema, pese a ser de plástico, y dura mucho tiempo. No solo sirve para rehidratar, también se llega a cocinar. Unos copos de avena o una pasta se pueden cocinar tranquilamente. Para algunos platos se puede intensificar el efecto envolviendo todo el conjunto en un forro polar o alguna prenda que no estemos usando (seguro que ya habéis hecho esto alguna vez para mantener una cacerola caliente).
       El aislante también se usa para las tazas, hacerles una pequeña funda permite que nuestras bebidas calientes, té, sopas, etc., lo estén hasta hasta el último sorbo, cosa que especialmente con frío se agradece mucho.
       Puedes ver ideas y tutoriales para hacer tu sistema de cocina en la página de referencia: Zen Backpacking Stoves.
       Y así es como se saca el máximo partido a la comida deshidratada para aligerar la mochila. Ahora, todo depende de los platos... Aquí, unos sencillos fideos con carne y tomate, la comida que se estaba preparando en la anterior foto. Otro truco para aligerar peso es prescindir de platos: comiendo en la cacerola la comida estará además caliente hasta el final. Menos que cargar y que limpiar.


Aquí, mis aclamadas judías con chorizo, tomate y garbanzos, foto de otra acampada.


Los hay que lo hacen todavía más simple y ligero y usan el mismo sobre zip en el que llevan la comida para rehidratarla (uno de buena calidad). Hacen una cobertura de aislante para la bolsa zip en vez de la cacerola y para rehidratar vierten el agua dentro, cierran la bolsa zip, la meten en el aislante y después comen directamente de ella.

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